No vive en las Bahamas ni en Hawai. No es de California. Se llama Karlos Simón y es español. Podría decirse que su medio natural es el océano, que cuenta con más de 6.000 inmersiones, que conoce los mares de todo el mundo y que sí… este hombre amante de los animales, susurra nada más y nada menos que a los tiburones.

Pocas personas sienten tanta fascinación por los escualos que él, de ahí que comente siempre su clara molestia hacia la terrible fama que Steven Spielberg dio con su película “Tiburón” a estos animales fascinantes, con los que, según él, se puede convivir con total tranquilidad. Karlos es de las pocas personas en el mundo que son capaces de inducir en ellos una inmovilidad tónica en su propio hábitat, algo sencillamente asombroso.

Conviviendo con tiburones

¿Sabías que existen más de 400 tipos de tiburones? El mundo del cine nos ha transmitido esa única imagen de un agresivo tiburón blanco capaz de destrozar embarcaciones, y de devorar personas sin razón alguna. Temibles escualos de mirada muerta, capaces de oler la sangre a decenas de kilómetros…. Este instructor de submarinismo nos explica que, entre todas estas especies, solo tres son un poco peligrosas: el blanco, el tigre y el toro. Sin embargo, la estela de ferocidad alrededor de ellos tampoco es del todo cierta, puesto que él lleva años relacionándose con estas especies, y sigue de una pieza. Es más, la mayoría son tan tímidos que huyen ante la presencia humana.

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Lo peculiar de los tiburones es que para investigar e interactuar, deben tocar con todas las partes de su cuerpo, de ahí que golpeen en ocasiones a bañistas o surferos. Es así como deducen qué es aquello que se mueve sobre la superficie del mar.

Karlos Simón, dispone del récord mundial de inmersiones. Casi 12 horas en compañía de tiburones que disfrutó como nadie, y que espera superar próximamente en aguas del Pacífico junto a sus queridos tiburones blancos, con los que practicar una vez más la técnica del “susurro a tiburones”, o lo que es lo mismo inducir la inmovilidad en el tiburón. Esto lo consigue básicamente al hacerles perder su habitual posición horizontal, desorientándolos para que entren en una especie de trance donde su respiración y contracciones musculares, se relajan.

¿Y cómo lo consigue? Te preguntarás. Pues lo logra acariciando el hocico del tiburón, un modo donde queda bloqueada su estimulación sensorial y su capacidad de respuesta. Quedan simplemente, como hipnotizados y muy relajados. Es entonces cuando los escualos quedan bajo su dominio, como pacíficos canes del mar que se dejan llevar por las caricias humanas.

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Pierden su ferocidad bajo la mano del hombre, que les susurra y les acaricia en las profundidades del océano. Una muestra de paz con la que demostrar una vez más, que los verdaderamente salvajes y peligrosos, no son precisamente los tiburones…

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